Roberto Fontanarrosa

"Si hubiera que ponerle música de fondo a mi vida, sería la transmisión de los partidos de fútbol"

martes, 23 de febrero de 2010

Fanny Blankers-Koen, mujer, madre y atleta


De “el ama de casa voladora” a “la holandesa voladora”. Esta es la casi inapreciable pero exquisita diferencia que marca la vida de Fanny Blankers-Koen, una atleta adelantada a su época. Ganó cuatro medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Londres de 1948, cuando tenía 30 años y ya era madre de dos niños. Este hecho no fue bien visto por la prensa de esos años que, incluso, la acusó de abandonar sus deberes de esposa y de madre a favor del atletismo. Fue entonces cuando sus detractores la llamaban, no sin cierta sorna y desprecio, “el ama de casa voladora”. Sin embargo, ella demostró que estaba por encima de todos esos prejuicios de la época y supo derribar las barreras sociales que le rodeaban. Gracias a su encomiable hazaña y a su enorme espíritu de superación, “la holandesa voladora” se ha hecho un pequeño hueco reservado a unos pocos. Aquellos que han dejado una imborrable huella en la historia del deporte.

FannyBlankers Koen nació el 26 de abril de 1918 en Lage Vuursche, Holanda. Sin embargo, hasta que no cumplió 17 años, no comenzó a practicar el atletismo. Tan solo un año después de probar las pistas, su entrenador, Jan Blankers, la incluyó en el equipo holandés que acudiría a los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Con tan solo 18 años, Fanny quedó sexta en la final de salto de altura y quinta en el relevo 4x100.

Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, se suspendieron las dos siguientes citas olímpicas. Pero eso no impidió que Fanny siguiera entrenando. En medio del caos y las turbulencias políticas, continuo con su vida y en agosto de ese mismo año, se casó con Jan Blankers. Curiosamente, antes de ser su entrenador, él había sido un periodista crítico con la participación de las mujeres en el deporte, pero a raíz de su relación, esta visión cambió radicalmente. De hecho, Jan fue su principal apoyo.

En 1941, Fanny Blankers-Koen dio a luz a su primer hijo, y cuando parecía que había dejado atrás el atletismo, volvió a los entrenamientos. En esos años parecía incomprensible que, siendo madre, siguiera dedicándose al deporte. Sin embargo, demostró que no estaba dispuesta a renunciar a sus ideas. Pronto volvió a competir y poco a poco fue acumulando récords mundiales (80 metros vallas, salto de altura y salto de longitud). Una vez concluida la Gran Guerra, Fanny volvió a ser madre y, de nuevo, siguió adelante con sus dos pasiones: sus hijos y el atletismo. Se convirtió en la mujer más rápida del mundo (también tenía en su poder los récords mundiales de 100 y 200 metros), pero todavía le faltaba aquello que distingue a las grandes campeonas: los triunfos olímpicos.

Cuando en 1948 viajó a Londres, tenía ante sí la gran oportunidad de su vida. Llegaba en una excelente forma física para conquistar la gloria y tras ocho días de competición sobre la pista de ceniza de Wembley, lo consiguió. Ganó las 11 carreras que disputó y se colgó las cuatro medallas de oro a las que aspiraba: 100 metros, 200, 80 metros vallas y el relevo 4x100. De hecho, podría haber sumado alguna más si la reglamentación de entonces se lo hubiera permitido. Según las normas de aquella época, las mujeres solo podían participar en tres pruebas individuales por motivos de limitaciones físicas.

Con todo, su gran hazaña estuvo a punto de quedarse a medias. Entre carrera y carrera, Fanny tenía un dolor en el corazón de difícil cura. No era otra cosa que la nostalgia. En aquel Londres, destruido por la Guerra, echaba de menos a sus dos hijos: Jantje y Fanneke. “Quería abandonar para estar con ellos. Lloraba por los vestuarios”, reconoció la propia atleta pasados los años. Fue su marido Jan, el que la apoyó en aquellos complicados momentos en los que la prensa británica la acusaba de desatender a su familia y comenzó a llamarla “el ama de casa voladora”. Con todo, la holandesa supo salir adelante: “Nadie más que yo sufre las ausencias y solo mía es la decisión”, afirmó con rotundidad. De esta forma, se convirtió en la única atleta en conseguir cuatro oros en una misma cita olímpica.
De vuelta a Ámsterdam, Fanny Blankers-Koen fue recibida como una auténtica heroína. La premiaron con el título de Caballero del Reino, una distinción reservada hasta entonces para los hombres. Además la ciudad le obsequió con un regalo muy holandés: una bicicleta. A lo que la atleta contestó muy irónicamente: “Y todo esto por correr unos metros”.

Según pasaron los años, “la holandesa voladora” siguió aumentando su enorme palmarés. En 1952 disputó su último gran desafío: los Juegos Olímpicos de Helsinki. En esta ocasión y debido a unos problemas físicos solo disputó los 80 metros vallas. Llegó a la final, pero tropezó con un obstáculo que le obligó a abandonar la prueba. Esta fue despedida de la alta competición. Sin embargo, antes de abandonar las pistas, se proclamó campeona nacional de Holanda en lanzamiento de peso. Fue su particular homenaje a su padre, aquel que le animó a probar el atletismo cuando tenía 17 años. Tras su retirada, Fanny siguió vinculada al atletismo, siendo la asesora del equipo olímpico holandés en los Juegos de Roma’60, Tokio´64 y Méjico’68.

En 1993, regresó al estadio de Wembley para asistir al partido de fútbol entre Inglaterra y Holanda. Bajó, esta vez ya al tartán, y anduvo los 100 metros que le hicieron famosa entre los aplausos del público. Cinco años más tarde, la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) no dudó en nombrarla Mejor Atleta del Siglo XX. “Pero entonces…, ¿quiere decir esto que he ganado yo?”, preguntó sorprendida cuando supo que era ella la galardonada.
A los 85 años de edad, unos problemas cardiacos y cerebrales acabaron con la vida de Fanny Blankers-Koen. Fue el 25 de enero de 2004, día en el que Lamine Diack, presidente de la IAAF afirmó con sinceridad: “El mundo del atletismo lamenta profundamente el adiós de esta gran embajadora de nuestro deporte cuyos logros aún tienen que ser igualados”.

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